miércoles, 21 de febrero de 2018

El último emperador (Bernardo Bertolucci)

Reseña que hice para la asignatura de Historia Contemporánea del Asia Oriental en 2015.



El último emperador


            El último emperador es una película dirigida por el italiano Bernardo Bertolucci y estrenada en 1987. De carácter autobiográfico e histórico, en ella se narra la vida de Aisin-Gioro Puyi, un hombre de origen manchú que gobernó en los últimos años de la dinastía Qing bajo el nombre de emperador Xuantong.

            La película es una adaptación de la novela “Yo fui emperador de China”, escrita por el mismo Puyi, y comienza la situada en 1950, en una ya fundada República Popular China, con el ex-emperador ingresando en una prisión de Manchuria como un ciudadano chino más, acusado de traición y ser contrarrevolucionario por aliarse con los japoneses durante la guerra civil. Haciendo uso del lenguaje cinematográfico, Bertolucci narra la historia en dos tiempos: el “actual”, en el que Puyi está ingresado en la cárcel bajo el control de los comunistas (utilizando colores más grisáceos en el ambiente), y el “pasado” (mucho más colorido y ocre), que se narra gracias a una serie de escenas recordadas por el protagonista mientras reencuentra personajes de su juventud, como por ejemplo su coronación en 1908 con tan sólo dos años (en la película tres), o recuerdos que florecen cuando presta declaración sobre su relación con los japoneses. Una vez los recuerdos y el pasado se reencuentran con el tiempo narrativo presente, la historia avanza paulatinamente hasta 1967, año de defunción del último emperador de China, que acabó sus días como jardinero.

            La historia está narrada prácticamente toda desde el punto de vista de Puyi, por lo que Bertolucci utiliza una serie de recursos para que tanto el protagonista como el espectador sean conscientes de los cambios políticos e históricos que suceden en el país asiático, mientras que a la vez que no nos llega toda la información: los muros de la Ciudad Prohibida funcionan como una suerte de barrera que nos impide ver el exterior, creando así un ambiente de ficticia alienación, creando un escenario en el que el emperador es el títere principal, como comprende él mismo a temprana edad, preso en su lujoso hogar.

            El director juega así con un paralelismo entre la historia principal (la vida de Puyi) y la historia “secundaria”, de fondo, en la que suceden los cambios políticos que en realidad son los causantes de que avance la historia principal: desde la fundación de la República de China en 1912, representada por la visita de Yuan Shikai al complejo imperial para negociar las condiciones de la abdicación de la dinastía Qing, hasta las protestas del movimiento del 4 de mayo 1919 explicadas a través del nuevo tutor de Puyi, el británico Reginald Johnston, y de los gritos y disparos que atraviesan sin filtro las paredes que nos impiden ver.

            A pesar de esta dicotomía, la introducción de elementos como la bicicleta o las conversaciones sobre política internacional con Reginald, demuestran el interés que emperador tiene hacia el exterior, hasta el punto de querer llegar marcharse a Oxford. Esta “intromisión” del exterior en la vida del emperador acaba visualizada en la decisión de llevar gafas, pese a la negativa de los eunucos, que controlan desde que era pequeño cada una de sus decisiones. Una segunda lectura de la escena tiene que ver con el miedo que dichos eunucos tienen de que el emperador “vea” el poder que realmente tienen sus sirvientes y los hurtos que se practican en el tesoro imperial, tal y como Reginald argumenta.

            Cuando en 1924 las tropas nacionalistas del Kuomingtan entran en la Ciudad Prohibida y expulsan de ella a los últimos integrantes de la derrocada dinastía (alegando especialmente el origen manchú de Puyi, en un clima de creciente rechazo a todo lo extranjero), la acción se traslada a Tianjin, ciudad en la que el emperador y sus dos esposas (hasta que la segunda consorte se divorcia de él) vivirían en una zona de concesión japonesa, bajo un nuevo “muro” de opulencia y occidentalización gracias a la ayuda de las tropas y mandatarios japoneses, que les separa de la “otra” China, la “no occidentalizada”, hasta el punto de adoptar el sobrenombre de Henry. De la misma manera en que el opio consume lentamente a la emperatriz, los ideales japoneses y la idea de ser de nuevo emperador (como su “homólogo” japonés Hirohito) consumen la mente de Puyi, que decide finalmente aliarse con los japoneses y trasladarse a Manchuria (Manchukuo o Manzhouguo), re-conquistada en 1931 por Japón, para comenzar un nuevo reinado como emperador tres años después. La corriente de pensamiento anti-China de aquellos afines al régimen japonés se refleja sobretodo en la figura de “Perla Oriental”, que se entrena para ser piloto y sueña con bombardear Shanghai (anticipo de lo que finalmente sucedería en 1937).

            El tercer muro en la vida de Puyi es su nuevo palacio en Manchuria, en el que irónicamente recupera la anterior vida de la que, cuando era joven, deseaba escapar fervientemente. Despojado de todo poder real tras su regreso de Japón, y tras una lucha perdida en la que intenta defender su puesto como aliado de igual nivel para con el país nipón, se da cuenta de su impotencia e inferioridad, reflejando el abatimiento que muchos ciudadanos chinos sintieron ante la guerra sino-japonesa, cuando fueron derrotados ante un país que siempre había sido “inferior” a los ojos del imperio del centro.

            Bertolucci utiliza en varias ocasiones la marcha de mujeres importantes en la vida de Puyi para mostrar la pérdida paulatina de poder del emperador, muy lejos del que ostentaba cuando podía hacer beber tinta a sus eunucos con sólo ordenarlo. La separación de su nodriza Ar Mo en primer lugar, la muerte de su madre en segundo y la reclusión en un centro sanitario de su mujer en tercer lugar, acaban con un sentimiento de impotencia por parte de Puyi, incapaz de controlar lo que le rodea pese a ser el “emperador de los diez mil años” y del que sus órdenes nadie acata, como cuando le cierran las puertas impidiéndole salir.

            Después de la derrota de los japoneses por las fuerzas aliadas en la segunda guerra mundial en 1945, los allegados de Puyi intentan ponerle a salvo, pero finalmente es capturado por las fuerzas soviéticas, bajo las que permanecería preso hasta ser deportado a Manchuria en 1950, volviendo así al relato iniciado al comienzo de la película.

            Tras nueve años reeducándose en prisión, Aisin-Gioro Puyi es liberado en 1959 del cuarto muro que ha envuelto su vida y es reincorporado en la sociedad china como un jardinero más. Es entonces cuando años después, el ex-emperador se encuentra con un desfile de los Guardias Rojos de Mao, a las puertas de lo que pronto sería llamada Revolución Cultural. Por primera vez, se muestra el acontecimiento directamente, sin ninguna pared que ciegue al espectador o al protagonista, que observa con asombro e indignación cómo el propio director y guardia carcelero que se ha encargado de convertirle en un “ciudadano comunista ejemplar a ojos del Partido”, es tildado de traidor y anticomunista, y ridiculizado de la misma manera que lo fue él y, a pesar de sus intentos de interceder por su antiguo captor, es acabado empujado al suelo, incapaz de entrar ni formar parte de una historia en la que ya no tiene ni voz ni voto, a la que ha llegado tarde. 


            Finalmente, como un turista más que paga su entrada, el ex-emperador regresa a la que fue su Ciudad Prohibida, cerrando la historia en el mismo lugar en el que empezó, con su coronación en la sala del trono en el que adoptó el nombre de Xuantong, nombre que fue perdiendo a lo largo de los años hasta ser “simplemente” Puyi.

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