El último
emperador
El
último emperador es una película dirigida por el italiano Bernardo Bertolucci y
estrenada en 1987. De carácter autobiográfico e histórico, en ella se narra la
vida de Aisin-Gioro Puyi, un hombre de origen manchú que gobernó en los últimos
años de la dinastía Qing bajo el nombre de emperador Xuantong.
La
película es una adaptación de la novela “Yo fui emperador de China”,
escrita por el mismo Puyi, y comienza la situada en 1950, en una ya fundada
República Popular China, con el ex-emperador ingresando en una prisión de
Manchuria como un ciudadano chino más, acusado de traición y ser contrarrevolucionario
por aliarse con los japoneses durante la guerra civil. Haciendo uso del
lenguaje cinematográfico, Bertolucci narra la historia en dos tiempos: el
“actual”, en el que Puyi está ingresado en la cárcel bajo el control de los
comunistas (utilizando colores más grisáceos en el ambiente), y el “pasado”
(mucho más colorido y ocre), que se narra gracias a una serie de escenas
recordadas por el protagonista mientras reencuentra personajes de su juventud,
como por ejemplo su coronación en 1908 con tan sólo dos años (en la película
tres), o recuerdos que florecen cuando presta declaración sobre su relación con
los japoneses. Una vez los recuerdos y el pasado se reencuentran con el tiempo
narrativo presente, la historia avanza paulatinamente hasta 1967, año de
defunción del último emperador de China, que acabó sus días como jardinero.
La
historia está narrada prácticamente toda desde el punto de vista de Puyi, por
lo que Bertolucci utiliza una serie de recursos para que tanto el protagonista
como el espectador sean conscientes de los cambios políticos e históricos que
suceden en el país asiático, mientras que a la vez que no nos llega toda la
información: los muros de la Ciudad Prohibida funcionan como una suerte de
barrera que nos impide ver el exterior, creando así un ambiente de ficticia
alienación, creando un escenario en el que el emperador es el títere principal,
como comprende él mismo a temprana edad, preso en su lujoso hogar.
El
director juega así con un paralelismo entre la historia principal (la vida de
Puyi) y la historia “secundaria”, de fondo, en la que suceden los cambios
políticos que en realidad son los causantes de que avance la historia
principal: desde la fundación de la República de China en 1912, representada
por la visita de Yuan Shikai al complejo imperial para negociar las condiciones
de la abdicación de la dinastía Qing, hasta las protestas del movimiento del 4
de mayo 1919 explicadas a través del nuevo tutor de Puyi, el británico Reginald
Johnston, y de los gritos y disparos que atraviesan sin filtro las paredes que
nos impiden ver.
A
pesar de esta dicotomía, la introducción de elementos como la bicicleta o las
conversaciones sobre política internacional con Reginald, demuestran el interés
que emperador tiene hacia el exterior, hasta el punto de querer llegar
marcharse a Oxford. Esta “intromisión” del exterior en la vida del emperador
acaba visualizada en la decisión de llevar gafas, pese a la negativa de los
eunucos, que controlan desde que era pequeño cada una de sus decisiones. Una
segunda lectura de la escena tiene que ver con el miedo que dichos eunucos
tienen de que el emperador “vea” el poder que realmente tienen sus sirvientes y
los hurtos que se practican en el tesoro imperial, tal y como Reginald
argumenta.
Cuando
en 1924 las tropas nacionalistas del Kuomingtan entran en la Ciudad Prohibida y
expulsan de ella a los últimos integrantes de la derrocada dinastía (alegando
especialmente el origen manchú de Puyi, en un clima de creciente rechazo a todo
lo extranjero), la acción se traslada a Tianjin, ciudad en la que el emperador
y sus dos esposas (hasta que la segunda consorte se divorcia de él) vivirían en
una zona de concesión japonesa, bajo un nuevo “muro” de opulencia y
occidentalización gracias a la ayuda de las tropas y mandatarios japoneses, que
les separa de la “otra” China, la “no occidentalizada”, hasta el punto de
adoptar el sobrenombre de Henry. De la misma manera en que el opio consume
lentamente a la emperatriz, los ideales japoneses y la idea de ser de nuevo
emperador (como su “homólogo” japonés Hirohito) consumen la mente de Puyi, que
decide finalmente aliarse con los japoneses y trasladarse a Manchuria
(Manchukuo o Manzhouguo), re-conquistada en 1931 por Japón, para comenzar un
nuevo reinado como emperador tres años después. La corriente de pensamiento
anti-China de aquellos afines al régimen japonés se refleja sobretodo en la
figura de “Perla Oriental”, que se entrena para ser piloto y sueña con
bombardear Shanghai (anticipo de lo que finalmente sucedería en 1937).
El
tercer muro en la vida de Puyi es su nuevo palacio en Manchuria, en el que
irónicamente recupera la anterior vida de la que, cuando era joven, deseaba
escapar fervientemente. Despojado de todo poder real tras su regreso de Japón,
y tras una lucha perdida en la que intenta defender su puesto como aliado de
igual nivel para con el país nipón, se da cuenta de su impotencia e
inferioridad, reflejando el abatimiento que muchos ciudadanos chinos sintieron
ante la guerra sino-japonesa, cuando fueron derrotados ante un país que siempre
había sido “inferior” a los ojos del imperio del centro.
Bertolucci
utiliza en varias ocasiones la marcha de mujeres importantes en la vida de Puyi
para mostrar la pérdida paulatina de poder del emperador, muy lejos del que
ostentaba cuando podía hacer beber tinta a sus eunucos con sólo ordenarlo. La
separación de su nodriza Ar Mo en primer lugar, la muerte de su madre en
segundo y la reclusión en un centro sanitario de su mujer en tercer lugar,
acaban con un sentimiento de impotencia por parte de Puyi, incapaz de controlar
lo que le rodea pese a ser el “emperador de los diez mil años” y del que sus
órdenes nadie acata, como cuando le cierran las puertas impidiéndole salir.
Después
de la derrota de los japoneses por las fuerzas aliadas en la segunda guerra
mundial en 1945, los allegados de Puyi intentan ponerle a salvo, pero
finalmente es capturado por las fuerzas soviéticas, bajo las que permanecería
preso hasta ser deportado a Manchuria en 1950, volviendo así al relato iniciado
al comienzo de la película.
Tras
nueve años reeducándose en prisión, Aisin-Gioro Puyi es liberado en 1959 del
cuarto muro que ha envuelto su vida y es reincorporado en la sociedad china
como un jardinero más. Es entonces cuando años después, el ex-emperador se
encuentra con un desfile de los Guardias Rojos de Mao, a las puertas de lo que
pronto sería llamada Revolución Cultural. Por primera vez, se muestra el
acontecimiento directamente, sin ninguna pared que ciegue al espectador o al
protagonista, que observa con asombro e indignación cómo el propio director y
guardia carcelero que se ha encargado de convertirle en un “ciudadano comunista
ejemplar a ojos del Partido”, es tildado de traidor y anticomunista, y ridiculizado
de la misma manera que lo fue él y, a pesar de sus intentos de interceder por
su antiguo captor, es acabado empujado al suelo, incapaz de entrar ni formar
parte de una historia en la que ya no tiene ni voz ni voto, a la que ha llegado
tarde.
Finalmente,
como un turista más que paga su entrada, el ex-emperador regresa a la que fue
su Ciudad Prohibida, cerrando la historia en el mismo lugar en el que empezó,
con su coronación en la sala del trono en el que adoptó el nombre de Xuantong,
nombre que fue perdiendo a lo largo de los años hasta ser “simplemente” Puyi.
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