miércoles, 8 de agosto de 2012

Joaquín Beltrán. Los ocho inmortales que cruzan el mar.


Reseña hecha para Antropología del Asia Oriental (1r curso).



Los ocho inmortales que cruzan el mar


Los ocho inmortales que cruzan el mar es una etnografía escrita por el antropólogo social Joaquín Beltrán. En ella se emplean una serie de recursos que innovan la manera de explicar los flujos migratorios de ciudadanos chinos y hacerlos más comprensibles y cercanos al lector occidental. 


Partiendo de la base del estudio de campo hecho en la zona de Qingtian-Wenzhou —del que provienen la mayor parte de emigrados a España—, aplica una terminología en función del punto de vista del origen de las migraciones: Extremo Occidente, emigrados, el retorno a China…; también incorpora textos de historiadores locales de la zona que analizan las migraciones internas y externas; y por último divide la información en una serie de capítulos que profundizan en los temas clave (no los únicos) como la economía y geografía de Qingtian-Wenzhou, las políticas migratorias del gobierno chino en diferentes períodos históricos y la organización social de las familias chinas, para entender en conjunto el porqué, el cómo y el quién del viaje que los pioneros de Zhejiang iniciaron a mediados del siglo XIX y que se extiende hasta la quinta generación que hoy vive en el ‘extranjero’.


Desde un punto de vista antropológico, uno de los apartados del libro que más me ha llamado la atención es el de la familia y el parentesco, y su organización social. 


En primer lugar, el confucianismo dicta en gran parte el comportamiento de los individuos, asignándolos en un lugar concreto en la sociedad y haciendo hincapié en la importancia de la jerarquía tanto a nivel familiar como estatal. Pero es curioso contemplar cómo la estructura de la familia resultante (tomada como punto de referencia, puesto que no existe un único modelo familiar) es prácticamente idéntica a la de las familias de la Roma Clásica. 


Una familia patriarcal, en la que prevalecen las relaciones agnaticias entre sus miembros, que busca en el matrimonio la expansión del poder que detenta la familia y que posee un patrimonio común. Si entramos en detalle las similitudes no hacen más que acrecentar. En ambos casos se prefiere a los hijos varones, ya que no solo mantienen el apellido por la vía patrilineal, sino que además cuando contraen matrimonio se quedan en la vivienda de sus padres y sus mujeres pasan a formar parte de su familia. Las hijas por el contrario son consideradas como ‘miembros temporales’, ya que al casarse abandonarán la familia que la crió, llevándose además una dote en forma de muebles, telas y ropajes (incluso dinero) y un pequeño ajuar de joyas como única posesión personal. Los hijos adoptados (normalmente para continuar con el linaje familiar) son considerados como familia directa, como cualquier hijo consanguíneo. 


Además, se tiene la misma visión de Estado-Padre, que funciona bien cuando se respeta la jerarquía de los súbditos ante el gobierno como lo hacen los familiares de posiciones inferiores ante el patriarca familiar. 


Cuando el Paterfamilias muere, hay una pequeña diferenciación entre las familias chinas y romanas. Mientras que en el caso de las chinas es frecuente el fenjia y la creación de nuevos núcleos familiares y el patrimonio se divide a partes iguales, en Roma tenían además la opción (muy frecuente) de que el primogénito de la familia pasara a ser el nuevo Paterfamilias del grupo o bien pagara las partes correspondientes de la vivienda familiar a sus hermanos y mantuviera el inmueble de su padre, creando así casas generacionales y manteniendo un grueso de patrimonio considerable. 


El guanxi y los favores arraigados en la cultura de la sociedad china también estaba muy presente en la sociedad romana, aunque mientras que el código civil chino no se aplicaba tanto en los casos de incumplimiento de las retribuciones en pos del rechazo social, en Roma fue surgiendo un sistema judicial que ampliaba y consideraba obligatorio el uso de sanciones legales en dichos casos. En ambos casos normalmente se acudía a un tercero para que hiciera las veces de mediador. 


Es precisamente por la rama del Derecho que surge una de las cuestiones antropológicas que puede hacer dudar al lector o como mínimo plantearse las diferentes explicaciones que dan algunos autores. El derecho que tenemos en los países de tradición grecorromana (y en parte europea) bebe directamente del Derecho Romano, que fue cambiando progresivamente durante años (desde el primer Digesto y pasando por el Derecho Justinianeo) hasta llegar a la actualidad, en la que se contemplan todo tipo de estructuras familiares, como matrimonios homosexuales o madres solteras adoptivas.


¿Por qué dos estructuras de grupos sociales prácticamente idénticos, sin aparente relación entre ellos (el confucianismo no es propio de la Roma Clásica) y con el mismo sistema de relaciones entre familias han acabado por ser tan diferentes? ¿Significa que una cultura ha evolucionado mientras la otra se ha estancado? ¿Es una superior por conceder más o menos derechos? 


Todo ello se echa por tierra cuando se introduce un elemento muy importante en el análisis de las culturas y sociedades: el contexto histórico. Todas las sociedades evolucionan con el paso de los años, y todas cambian. Según las necesidades que aparecen como consecuencia de acontecimientos históricos, militares, naturales y del medio, se introducen una serie de cambios que pueden distar de otra sociedad idéntica a ellos, ya que responden a una voluntad de equilibrio, de convivencia y en definitiva de subsistencia. La mentalidad de una sociedad puede cambiar (antes incluso que sus leyes, que suelen ir a remolque) sin ser por ello más ‘progresiva’ o ‘evolucionada’ que la otra. 


La idea de que la organización social de las familias chinas ha permanecido inalterada desde que se inició el período de migraciones internacionales (mafias chinas, sólo se relacionan entre sus familiares…) responde a prejuicios y tópicos que se han ido creando por la distancia y el desconocimiento de la sociedad de ‘acogida’ e incluso de la propia ‘herencia’ de nuestra sociedad. Escribía el antropólogo estadounidense Edward T. Hall: “La cultura esconde mucho más de lo que revela y, curiosamente, lo que esconde, logra esconderlo lo más eficazmente de sus propios participantes… Años de estudio me han convencido de que el trabajo real no es entender las culturas extranjeras sino el propio.”


Puede también compararse la situación de los primeros emigrantes chinos, en su mayoría buhoneros, a la situación actual de los ‘top manta’. Prácticamente todos son varones jóvenes, que con mayor o menos ‘regularidad legal’ entran en un país europeo (cabe recordar que muchos de los emigrantes que procedían de China recurrían a prácticas fraudulentas de pasaportes y permisos de residencia), que se organizan en grupo, se dividen en función de la expectativa de venta ambulante de la zona para evitar la competencia económica y que fundamentalmente se espera que sea una ocupación temporal para adquirir una posición social y económica superior en el futuro. ¿Podremos encontrar en el futuro marruecostown en cualquier ciudad de España o Europa? ¿Por qué el sentimiento de xenofobia es mayor con el colectivo de marroquíes que con el de chinos? ¿Consideramos que los ‘valores’ de unos son mejores que los otros? 


A partir de los guanxi, del rápido crecimiento de las familias chinas establecidas y de la proliferación de emprendedores que quieren emigrar (para aumentar su capital económico y su mianzi) podría parecer que establecerse en un país con un idioma y unas costumbres diferentes a las tuyas no es tan complicado. Nada más lejos de la realidad. Tener contactos y la seguridad de una acogida más ‘familiar’ facilita mucho las cosas, pero no es una tarea sencilla.


En el prólogo de la etnografía se compara a los ocho inmortales con la gran figura de Ulises, que se embarca en un largo viaje lleno de penurias para llegar finalmente a su destino. Pero es precisamente el síndrome de Ulises (o del inmigrante triste) el problema más duro al que se enfrentan los emigrantes (ya sean chinos o marroquíes). El choque cultural no siempre es positivo. El desconocimiento del idioma, la poca integración (tanto por la sociedad receptora como por parte de los recién llegados), las pautas sociales distintas, la comida, los amigos, la rutina… todo puede afectar a que el emigrante se sienta desplazado. Y esto es algo que se dan tanto al llegar al país extranjero como al volver al país de origen.  


“Ver las cosas desde tu punto de vista (tener empatía) para comprender al otro. No hacer aquello que no te gustaría que te lo hicieran a ti”. El etnocentrismo es algo propio de todas las sociedades. Partimos de la base de las diferencias que nos separan para describir otras culturas, e intentamos ‘adaptarnos’ siguiendo unas pautas que a nuestro parecer son las correctas, y que no siempre dan los resultados deseados creando frustraciones y malestar. “Las cosas no son como son. Son como las vemos”. Cosas que para nosotros son de educación pueden ser irrelevantes en otra cultura, y precisamente el desconocimiento mutuo conlleva malentendidos o a idealizaciones irreales (como homogenizar toda una cultura y unirla a un folklore específico). 


Puede parecer que los chinos hacen regalos o prestan ayuda de manera interesada, entrando en un juego de deberes y obligaciones que pueden parecer poco afectivas. O bien que son generosamente desinteresados y que ofrecen ayuda al prójimo por ser “hermano de tierra”, sólo entre los su sociedad y de carácter cerrado. ¿Tan extraño parece? Si tomamos por ejemplo una familia ‘típica’ española, ¿no ofrecería ayuda a un familiar o amigo cercano (afín) si éste se quedara sin trabajo, sin hogar o que necesitara dinero para abrir un negocio o trasladarse de país? Y al margen de la ayuda moral concedida, ¿no esperaría a cambio la retribución del dinero prestado en un futuro sin concretar? ¿No sentiría la persona receptora del favor un sentimiento de deber hacia el que le ha ayudado? 


Debido a el peso del código civil en nuestro país (que conlleva el deseo de llevar ‘regularizada y documentada’ la transferencia de grandes cantidades de dinero incluso entre familiares) y de una idea más reducida de lo que es la ‘familia cercana’ o el hecho de que la media de vida en este país no requiera la necesidad de favores y ayudas constantes, son probablemente algunos de los factores que hacen que el guanxi no sea el método de vida adecuado para esta sociedad en concreto. No significa que una cultura sea menos afectiva o interesada que la otra.


En definitiva, creo que la migración del pueblo chino analizada en profundidad y a la vez con perspectiva, puede abrir muchas cuestiones e ideas sobre qué es la identidad de un grupo social, en qué se parecen entre sí las culturas, el papel que juega la sociedad de acogida y los gobiernos de los países de origen y destino, y todos los problemas que han de sufrir los ‘extraños’ cuando se enfrentan al choque cultural. Aún así, tal y como se narra en la Odisea, el viaje de los Ulises del siglo XX llegará tarde o temprano al final y se reunirán con su familia y amigos. Ya sea el final la integración en su nuevo hogar o el regreso a su patria. 

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